Después de una declaración de guerra contra la humanidad, los gerns, miembros de un imperio esclavista alienígena, capturan una nave de colonos humanos con dirección a Athena, un mundo similar a la tierra.
Dividen a la tripulación de 8,000 en dos: el primero será enviado a Athena como mano de obra esclava, el segundo, a Ragnarok, un mundo inhóspito y una condena de muerte. En contra de todo pronóstico, un pequeño grupo sobrevive en el planeta y empieza a fraguar su venganza.
De 1958 hasta ahora el imaginario colectivo de la ciencia ficción ha concebido mundos aún más brutales que el que se nos presenta, especialmente exceptuando aquellos en los que no podemos ni respirar. Obviamente Venus es aún más inhóspito que Ragnarok, el planeta en el que ocurre la acción, aunque curiosamente el primero ha sido colonizado en el universo de la novela. ¿Terraformación?, mi punto es que Ragnarok no es ni de cerca tan alienígena como podría ser. Los paisajes y geología descritas son muy terrestres, y de las especies de animales encontradas y descritas, tres son obvios paralelos de lo que encontramos en la tierra, uno es un insecto gigante y el otro es realmente una especie extraterreste interesante: una ardilla telepática. Juro que es mejor de lo que suena.
Lo que realmente dota a Ragnarok de su estatus como un planeta inhabitable es el hecho de que habita dentro de un sistema de tres cuerpos: tiene dos soles. Y aunque no es una representación tan realista de uno, como la que nos presenta el epónimo El Problema de los Tres Cuerpos de Liu Cixin, si sirve como una explicación para el clima tan extremo del planeta, que obliga a sus habitantes a hacer mucho dentro del poco tiempo que se les otorga. Y que tiene una gravedad de 1.5 gravedades terrestres.
Aunque lo parezca, Ragnarok no es realmente el foco de la novela. Quién sabe, tal vez los gerns no estaban realmente tan enterados de lo inhóspito que podía ser, tal vez son tan sádicos como se les describe y el planeta al que condenan a nuestros protagonistas fuese, dentro de lo que sabían de él, una genuina condena de muerte, pero una larga y que a veces proveía atisbos de esperanza, para que así la eventual perdición de sus habitantes humanos fuera aun más gutural.
No, el foco es el indómito espíritu humano y la rendición del individuo ante el colectivo. Como tal, a través de sus 160 páginas, la novela no se centra en personajes individuales; más bien en sus objetivos y cómo los alcanzan (o no). Decenas de ellos mueren, sus descendientes los reemplazan. Resulta en personajes muy planos, pero al final sucede que el verdadero protagonista es el colectivo en su totalidad, proyectado o en sus líderes o en aquellos individuos que arriesgan su vida por su bienestar. Lo único que los motiva es la supervivencia y la venganza.
Y cuando la venganza llega, saben que no pueden dar la misma oportunidad a sus enemigos. Se deja en claro que lo que sigue será una guerra xenócida. Ya no es tema de concretar una venganza: es saber que el ciclo de violencia no termina hasta que uno de los dos bandos es destruido, la existencia de uno es la destrucción del otro. Lo que habrá que hacer es terminar el ciclo con un acto de violencia tan sorprendente, que la victoria será suya. Sin bombo ni platillo, sin pasiones de venganza, se hará lo que se tenga que hacer.
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