Una de las principales facetas de la ciencia ficción es la de sorprender al lector con mecanismos, tecnologías y situaciones hipotéticas que ponen a botar la canica, por así decirlo. Cory Doctorow, en su brutal disección de la célebre historia corta The Cold Equations, el one-hit wonder de un conocido del blog, menciona una cita de Gardner Dosoiz en la que él dice que el rol del escritor de ciencia ficción es:
Ver al automóvil y predecir el drive-in.
Esto es, invitar al lector a reflexionar acerca de las consecuencias sociales de la tecnología. Esta es la razón por la que el cyberpunk es tan presiente, pero esta es una capacidad incluso de ciencia ficción “blanda” (o ciencia ficción más cercana a la fantasía) como la space opera. Al final, parece que una parte importante de la ciencia ficción, blanda o dura, es muy en el fondo “ciencia ficción social”, o, “sociología especulativa”.
El problema de los Tres Cuerpos no es extraña a situaciones imaginativas en extremo. Me viene a la mente aquella escena donde en una simulación de la antigua china, con el objetivo de poder predecir un sistema de tres cuerpos, el emperador organiza a su ejército de tal forma que terminan creando una máquina de Turing completamente humana, es decir, una computadora donde en vez de transistores se usan personas. O en el propio concepto de sofón: una computadora cuántica almacenada totalmente en un protón, cuya fabricación requirió interactuar con dimensiones físicas superiores.
Pero más que estos momentos que te hacen vociferar “wow!” lo realmente importante de esta serie de libros es especular acerca de las relaciones entre civilizaciones extraterrestres. En el primer libro se expone lo raro que es, en el gran esquema de las cosas, que haya todo un grupo de seres humanos que desean la extinción de su especie, y para ello se convierten en una ‘quinta columna’ de los pronto invasores de Trisolaris.
En el segundo, El bosque oscuro, se entra de lleno a explorar lo que podría hacer la especie para poder enfrentarse a la invasión. Lo especial aquí es que se aleja de los tropos tradicionales de la ciencia ficción que se limitan a mostrar extraterrestres que siguen una agenda concreta o que son tan… extraterrestres que nuestros protagonistas ni se molestan en intentar entenderlos. O en extraterrestres que más que ser seres pensantes son fuerzas de la naturaleza.
En esta novela en cambio se plantean las relaciones entre civilizaciones intergalácticas como un juego de suma cero. Cada civilización es un agente que boga por sus intereses y que entiende tarde o temprano que la mejor jugada es mover primero. La moral y la ética no pueden anteponerse a su propia supervivencia en un juego en el que se paga un precio altísimo por perder.
Nosotros mismos podríamos ser los verdugos de otro, al final no importa si las fichas de cada uno son rojas o azules; este juego es tan universal que incluso no se necesita que sus agentes sean seres tan distintos unos de los otros como lo serían un rinoceronte de un tardígrado que un subgrupo de la propia humanidad se ve obligado a jugarlo, con las consecuencias que ya se podrán imaginar. Los requisitos son las distancias enormes del espacio y una incomunicación total. No sabes lo que tu contrincante piensa de lo que tú estás pensando acerca de lo que él está pensando de ti. ¿Qué más hay por hacer?
Ese es el principal tema especulativo de estos dos libros: los logros de la imaginación presentes, que bien podrían ser explorados en toda una historia corta, como una máquina que hace al usuario creer muy en el fondo en cualquier cosa, por más improbable que sea, o el de un mundo en el que existe gente que puede hacer lo que quiera en pos de un objetivo superior, con nula transparencia, con tan nula transparencia de hecho que el que engañen se espera de ellos son sólo proyecciones de lo que sería capaz una civilización de hacer para defenderse de otra y lo que lleva al protagonista, Luo Ji, a descubrir el mayor de los juegos, un juego que los propios enemigos de la humanidad, los trisolarianos, temen tanto que lo convierten a él, un academicista poco destacable, en nuestra única salvación.
Tal vez la situación de la que se especula parezca muy lejano, comparándolo con por ejemplo el cyberpunk, o con la capacidad de ver al automóvil y predecir el drive-in, pero aun así no puedo evitar sentirme fascinado por la naturaleza de su especulación y de todo el mundo de probabilidades que invita a explorar. Me convence incluso de ignorar un poco esa subtrama extraña donde Luo Ji busca a su mujer ideal, ósea, una mujer sin agencia, que sigo sin entender del todo ni saber de dónde vino, más que para mostrarnos que el protagonista es medio baboso, pero en fin, el género nació escribiendo acerca de darle vida a un ser artificial, viajar a la luna y por el tiempo en el siglo XIX, y salvo lo segundo, no hemos logrado ni lo uno ni lo otro, pero el espejo en el que vemos nuestro reflejo, tanto como un ente colectivo como uno individual, está presente en cada uno.
A uno le podría parecer un poco cuestionable la tesis del libro, pero el fin último es mostrar que somos muy malos jugando este juego, debido a una ingenuidad que tal vez viene por buen camino, pero que a la larga podría significar una condena de muerte en un juego donde se incentiva ser despiadado… pero que quizá sea la clave de nuestra trascendencia como especie.